Por José Lull
El conocimiento de los acontecimientos que tenían lugar en la bóveda celeste era vital para un pueblo, el maya, caracterizado por su superstición y fervor religioso. Para los mayas, el concepto del tiempo cíclico había sido asumido con gran naturalidad y ésto fue lo que les llevó a explotar hasta el límite de lo imposible un método de sistematización observacional que les permitiese confeccionar el más perfecto sistema calendárico que hasta la fecha hubiese inventado la humanidad. El tiempo lo era todo para los mayas. Si eran capaces de medir el tiempo con exactitud también serían capaces de predecir en que momento iban a producirse las guerras, las victorias, los desastres y todas las acciones y sucesos que ya habían acontecido con anterioridad. El tiempo era cíclico, por lo que con un calendario perfecto podrían predecir el futuro, convirtiéndose así en los Señores del Tiempo.
Corría el año 1502 cuando, por primera vez en la historia, un grupo de occidentales tomó contacto en el golfo de Honduras, frente a la isla de Guanaja, con gentes cuyo pasado escondía una época de desconocido e inimaginable esplendor. Unas cuantas canoas de comerciantes indígenas había topado con un navío español perteneciente a la cuarta expedición de Cristobal Colón. La curiosidad de éstos les llevó al barco, donde se produjo una rudimentaria conversación de gestos y extrañas palabras que reveló el nombre del lugar de donde venían estas gentes: maiam. (ver fig. 1)
De este modo es como hace casi quinientos años los mayas se dieron a conocer a los europeos. Sin embargo, la impresión que debieron causar en aquel primer momento no debía diferir en gran medida de la de los indios que habían sido vistos en Cuba o en La Española. No obstante, el secreto del grandioso pasado de los mayas iría apareciendo poco a poco ante los ojos de aquellos aventureros que desde el otro lado del océano habían llegado a estas tierras del Nuevo Mundo.
En 1517 Francisco Hernández de Córdoba partía desde las islas caribeñas en una misión de exploración descubriendo en Isla Mujeres edificios cuya técnica y concepción superaba con creces todo lo que había sido visto hasta aquel momento por aquellas tierras. En los años siguientes la ocupación española del Norte de la Península del Yucatán irá favoreciendo nuevos descubrimientos, aunque también destrucciones. Así, no podemos olvidar la figura de Diego de Landa (1524-1579), primer obispo de la región y cuyo interés por los mayas conforma una dualidad difícil de digerir. El religioso, llegado a Yucatán en 1549, no sólo se mostró como un gran estudioso de la cultura maya, de su escritura, lenguajes, calendarios, etc., cuyos resultados publicó en la Relación de las cosas de Yucatán, sino que también su celo religioso le llevó a la quema de un gran número de libros mayas cuya destrucción, sumadas a otras, ha supuesto una pérdida irreparable del conocimiento de la alta cultura maya.
El descubrimiento de las grandes ciudades mayas ha sido lento y penoso, quedando aún todo un mundo por destapar (ver fig. 2). En 1576 Diego de Palacio descubrió la bella ciudad maya de Copán y, no fue sino hasta 1696 cuando el padre Avendaño, extraviado, llegó a las ruinas de Tikal, una de las más grandiosas ciudades del maya clásico. Más tarde, en 1746, el cura de Solís descubre Palenque. Las capitales mayas del período de máximo apogeo de esta civilización precolombina, aún en ruinas y cubiertas por una espesa vegetación eran, a pesar de su grandiosidad, un vago reflejo de una alta civilización cuyo fin tuvo lugar cientos de años antes de su primer contacto con los españoles.
Muy lentamente, los mayas han ido revelándonos algunos de sus secretos, aunque son muchos los que se han ido con ellos, también los referentes a sus conocimientos astronómicos sobre los que, curiosamente, sabemos mucho más de lo que podríamos imaginar a la vista de la relativamente escasa documentación epigráfica que ha sobrevivido. Entre los secretos desvelados destaca, para nosotros, uno sobre todos: el calendario. En las siguientes líneas trataremos de describir de la forma más sencilla posible el sistema calendárico maya, el más perfecto de su tiempo, y uno de los legados más sobresalientes de la civilización maya.
El padre Bernardino de Sahagún en su Historia de las cosas de Nueva España, refiriéndose a los toltecas, otra de las culturas mesoamericanas cuyos conocimientos astronómicos habría que buscar en los antiguos mayas, llegó a escribir:
Eran tan hábiles en la astrología natural los dichos tultecas, que ellos fueron los primeros que tuvieron cuenta y la compusieron de los días que tiene el año, y las noches, y sus horas, y la diferencia de tiempos y que conocían y sabían muy bien los que eran sanos y los que eran dañosos, lo cual dejaron ellos compuestos por veinte figuras o caracteres (...) y eran tan entendidos y sabios, que conocían las estrellas de los cielos, y les tenían puestos nombres, y sabían sus influencias y calidades, y sabían los movimientos de los cielos, y esto por las estrellas.
Como señala M. Rivera, el calendario maya es la suma paradigmática de la cosmovisión prehispánica, un sistema de organización intelectual del mundo y un compendio de leyes sobre su funcionamiento y manifestaciones. El calendario maya, basado en una estructura matemática de precisión cuya forma más visible es la rueda calendárica (ver fig. 3), permitía situar en el tiempo no sólo las ceremonias religiosas y sociales que se producían cada año sino, también, señalar en el tiempo acontecimientos históricos o naturales de especial importancia.
Entonces, no había ni gente, ni animales, ni árboles, ni piedras, ni nada. Todo era un erial desolado y sin límites. Encima de las llanuras el espacio yacía inmóvil, en tanto que, sobre el caos, descansaba la inmensidad del mar. Nada estaba junto ni ocupado. Lo de abajo no tenía semejanza con lo de arriba. Ninguna cosa se veía de pie. Sólo se sentía la tranquilidad sorda de las aguas, las cuales parecía que se despeñaban en el abismo. En el silencio de las tinieblas vivían los dioses que se dicen: Tepeu, Gucumatz y Hurakán, cuyos nombres guardan los secretos de la creación, de la existencia y de la muerte, de la tierra y de los seres que la habitan. Cuando los dioses llegaron al lugar donde estaban depositadas las tinieblas, hablaron entre sí, manifestaron sus sentimientos y se pusieron de acuerdo sobre lo que debían hacer ...
Las ruedas calendáricas, ese engranaje que compone el gran reloj maya, del mismo modo que tiene predeterminada su parada tiene bien establecida su puesta en marcha. El Popol Vuh no es más que una de las versiones de la creación maya del mundo pero recuerda el instante en el que la rueda calendárica comenzó a moverse, el instante en que el tiempo comenzó a marcar la cuenta de los ciclos y el instante en que, de las tinieblas, los dioses primordiales, con el tiempo, llevaron a término la primera creación. Ese momento tiene, por tanto, un inicio perfectamente señalado. Un inicio que, traducido a nuestro calendario, tuvo lugar el 13 de Agosto del año 3113 a.C..
Junto al calendario tzolkin funcionaba otro llamado haab, el cual reproducía un ciclo de 365 días compuesto por 18 meses de 20 días, más un mes (llamado uayeb) de cinco días considerados de mal augurio. Este calendario hacía las funciones de calendario civil, puesto que era el más cercano a la duración del año trópico que, recordemos, es el intervalo de tiempo transcurrido entre dos pasos del Sol por el equinoccio de primavera (365,242199 días). Al contrario que en el tzolkin, en el haab los días no tenían nombre y sólo se numeraban del 0 al 19. Los meses se llamaban Pop, Uo, Zip, Zotz, Tzec, Xul, Yaxkin, Mol, Chen, Yax, Zac, Ceh, Mac, Kankin, Muan, Pax, Kayab, Cumkú y Uayeb.
Al año haab de 365 días se le hacían correcciones para adaptarlo al desfase que se producía con el año trópico. Sin embargo, tal corrección no se realizaba sistemáticamente como ocurre ahora con nuestro año bisiesto, sino que se tenía en cuenta el error acumulado desde el año cero y se indicaba en una Serie Complementaria, que explicaremos más adelante. Hay que imaginarse que cada cierto tiempo los sacerdotes-astrónomos mayas, auténticos profetas y adivinos, se reunían en uno de los grandes centros ceremoniales del maiam con el fín de sincronizar los numerosos "engranajes" de su calendario. En todo caso, a través del uso de promedios, se ha podido comprobar como los mayas habían conseguido determinar el año de 365.242 días, desviándose sólo 17 segundos del año trópico.
La combinación del tzolkin y del haab es lo que forma la llamada rueda calendárica, que ya hemos mencionado repetidas veces en las últimas líneas. De este modo, una vez comienza el movimiento de la rueda calendárica que relaciona los dos calendarios, han de pasar 18980 días, es decir, 52 años, para que el ciclo se cumpla y vuelvan a coincidir los días del tzolkin y del haab que se combinaron el primer día de inicio del tiempo. Mientras que el ciclo de la rueda calendárica se cumplía cada 52 años según el calendario haab, para el tzolkin debían pasar 73 años. Debido a este proceso cíclico temporal a los mayas se les podía presentar el problema de que, cada 52 años del haab comenzase una serie numérica identica a la del ciclo anterior, es decir, un auténtico problema para llevar un registro histórico y progresivo del tiempo. Es por esto que los mayas debieron buscar en la antigüedad remota un punto cronológico bien definido que les sirviera como inicio del primer ciclo de la cuenta calendárica. Así pues, la rueda calendárica se puso en marcha en una fecha calendárica que representamos convencionalmente como 13.0.0.0.0. 4 Ahau 8 Cumkú. Una fecha definida de esta manera se denomina Cuenta Larga, que contabiliza el número de períodos baktunes, katunes, etc., transcurridos desde la fecha inicial.
La Cuenta Larga es la forma de expresión del calendario maya más completa, la cual nos permite, a su vez, una combinación con nuestro calendario que permite identificar fielmente cualquier notación de Cuenta Larga maya. La base para cualquier cálculo es saber que el 13 de Agosto del 3113 a.C. coincide con el 13.0.0.0.0. 4 Ahau 8 Cumkú. El entendimiento de la Cuenta Larga se debe al alemán Ernst Förstemann, Bibliotecario Real del Reino de Sajonia que, desde que en 1867 tuviera ocasión de conocer la existencia del Códice de Dresde (uno de los cuatro libros mayas que han sobrevivido), consiguió realizar varios descubrimientos importantes en torno a los números y al calendario maya.
No obstante, nuestra descripción del calendario maya no podrá ser entendida si no explicamos antes las series numéricas que forman la base del sistema de contabilización de los días de la Cuenta Larga. Con la siguiente explicación entenderemos mejor lo que significa esa sucesión numérica de 13.0.0.0.0. que, para los que no estén relacionados con ella puede resultar tan enigmática. La numeración maya está basada en el sistema vigesimal, tal y como descubrió el propio Förstemann. Teniendo esto presente, las series numéricas básicas utilizadas en la Cuenta Larga son las siguientes:
1 kin = 1 día1 uinal= 20 días (20 kines)1 tun = 360 días (18 uinales)1 katun = 7.200 días (20 tunes)1 baktun = 144.000 días (20 katunes)
1 pictun = 2.880.000 días (20 baktunes)1 calabtun= 57.600.000 días (20 pictunes)1 kinchiltun= 1.152.000.000 días (20 calabtunes)1 alautun= 23.040.000.000 días (20 kinchiltunes)
Así, si 13.0.0.0.0. nos ofrece la posición del año 0 maya (3113 a.C.), gracias a la contabilización de los días que nos dé una serie completa de Cuenta Larga, sumados a la fecha del -3113, tendremos por resultado una fecha concreta de nuestro calendario. Inventémenos, para entendernos mejor, un ejemplo. Imaginémonos que un grupo de valientes expedicionarios de la Agrupación Astronómica de la Safor se adentra por la selva guatemalteca del Petén y descubre una ciudad perdida de los mayas en la que aparece una estela con la siguiente fecha de la Cuenta Larga: 9.9.1.3.2.. Para convertir esta relación de cinco series numéricas a nuestro calendario debemos saber que las series están expresadas de mayor a menor de izquierda a derecha. Esto quiere decir que el 2 de la derecha se refiere al kin, la unidad menor. Así pues, tenemos 2 kines (2 días), 3 uinales (3 x 20 = 60 días), 1 tun (1 x 360 = 360 días), 9 katunes (9 x 7.200 días = 64.800 días) y 9 baktunes (9 x 144.000 = 1.296.000 días), cuya suma nos da 1.361.222 días. Dividiendo esta cifra por 365.25 (días del año) obtendremos que el total corrsponde a 3727 años. No nos quedará más que sumar –3113 (año 0 maya) + 3727, para averiguar que la fecha calendárica de nuestra estela corresponde al año 614 de nuestra era. Si especificáramos en la cuenta larga los días del tzolkin y del haab podríamos incluso ser más explícitos y señalar un día concreto de ese año.
No obstante, una cosa es ofrecer la simplicidad de una serie de Cuenta Larga expresada convencionalmente y otra muy distinta es identificar dicha Cuenta Larga sobre la misma estela y escrita en glifos mayas. La escritura maya es, sin duda, uno de los más comlejos sistemas de notación inventados por cualquier civilización. Ver un texto escrito en glifos mayas despierta la curiosidad de cualquiera pero también la admiración por la dificultad que conlleva su lectura. A pesar de esto, la lectura de la fecha de una estela no presenta tanta dificultad, pues sólo basta con conocer los glifos básicos que identifican cada serie numérica para extrapolar el resultado a una expresión de Cuenta Larga, como la del ejemplo anterior.
Tomemos un ejemplo real de Cuenta Larga procedente de un monumento maya (ver fig. 4). La escritura maya se lee, en este caso, de arriba abajo y de izquierda a derecha. La serie se inicia siempre con un glifo introductorio, cuyo tamaño suele ser muy superior al del resto de los glifos que aparecen, pues ocupa dos filas. Justo debajo del glifo introductorio se inicia la serie calendárica propiamente dicha, con la tercera fila. Debemos saber primero que los mayas representaban la unidad con un símbolo circular, o , mientras que una barra, h , tenía un valor de cinco. Así, la barra y los cuatro círculos que vemos a la izquierda del primer glifo de la serie calendárica representan el valor 9. Este primer glifo indica siempre los baktunes transcurridos desde el inicio del tiempo maya en 3113 a.C. El glifo que está a la derecha del anterior señala los katunes. El número asociado a él está formado por dos barras y dos círculos (observar que el círculo del medio no es como los laterales, ya que no representa ningún número sino que es símplemente decorativo con el objeto de rellenar un hueco). Dos barras y dos círculos corresponden, como ya sabemos, al número 12. En la cuarta fila de glifos aparecen marcados los tunes, con el número 6, formado por una barra y un círculo (en este caso podemos distinguir como los círculos laterales son, como en el caso anterior, decorativos y sin valor numérico). Le siguen los uinales, con una sola barra, es decir, número 5. Ya en la quinta fila, vemos el glifo de los kines al que acompaña el número 8. Antes de seguir explicando los glifos de esta inscripción conviene repasar el resultado anterior. Hemos descifrado que tenemos 9 baktunes, 12 katunes, 6 tunes, 5 uinales y 8 kines. Esta serie de números es representada convencionalmente por los mayólogos como 9.12.6.5.8. , y con esto ya podemos calcular, como vimos en nuestro primer ejemplo imaginario, el equivalente con nuestro calendario. El total de días acumulados indicados por esta serie es de 1.395.468, es decir, 3821 años. Así pues, la fecha maya corresponde a nuestro año 708 d.C. (-3113 + 3821 = 708).
No obstante, la inscripción sigue con la llamada Serie Suplementaria, la cual aporta mucha más información pero también más complejidad. El primer glifo de la sexta fila es denominado glifo G, cuya misión es señalar uno de los nueves Señores de la Noche, según descubrió E. Thompson en 1929. Cada tun, ciclo de 360 días, tiene 9 señores de la noche, pues 360 es divisible entre nueve. Cada señor rige, pues, cuarenta días de un tun. Ya que nuestra Serie Inicial nos dice que se han cumplido 6 tunes, habrá que averiguar con el resto de días acumulados por los dos ciclos menores (uninales y kines) cuantos días del siguiente tun habían pasado. Éstos son 5 uinales (100 días) y 8 kines (8 días), es decir, 108 días. Ya que cada señor gobierna una cuarentena de días, el intervalo del 80º al 120º día era gobernado por el tercer Señor de la Noche, que es el representado en nuestro glifo. Desgraciadamente, no se sabe leer el nombre de ninguno de los Señores de la Noche, por lo que, en este caso, símplemente se le reconocería como G3.
A continuación, la Serie Suplementaria o Cuenta Suplementaria aporta valiosa información sobre la Luna. Fue John E. Teeple quien, desde 1925, comenzó a resolver el enigma que hasta entonces significaba esta serie de glifos. Fue él el que descubrió que dichos glifos representaban fechas lunares. En la sexta fila aparecen juntos los llamados glifos D y E, que nos indican el día de lunación. El glifo D va acompañado por un número del 0 al 19, mientras que el E del 20 al 29. En nuestro caso, en el glifo D se indica el número 19 y ninguno en el glifo E, lo cual quiere decir que en esta fecha del 9.12.6.5.8. 3 Imix la luna estaba en el 19º día del período de lunación, es decir, había comenzado a menguar. En la séptima fila, el glifo C señala en que lunación se encontraba el satélite terrestre en relación al ciclo de 177 días que forman 6 lunaciones. Este dato es muy importante a la hora de poder calcular los eclipses, pues este tiempo corresponde al intervalo promedio que separa a dos eclipses, bien sean de Luna o de Sol. En nuestra inscripción, la barra vertical f nos indica que en aquel momento la Luna estaba en la quinta lunación del período de 177 días. Del glifo X poco podemos decir, pero está claro que guarda alguna relación con el glifo C, si bien no se sabe aún su significado. En el glifo B, primero de nuestra fila octava, se representa el nombre de la constelación en donde se hallaba la Luna. Se ha podido comprobar que el glifo B nunca es incluído en la Serie Suplementaria si no lo es también el glifo X.
El último glifo de nuestra inscripción es de gran importancia para completar la rueda calendárica, ya que nos da el día y el mes del calendario haab. En nuestro caso, leemos el número seis, es decir, día 6, del mes zac, que es como se lee el glifo que sigue a esta cifra.
En resumen, de la lectura de esta inscripción maya hemos obtenido que nos encontramos en la fecha maya 9.12.6.5.8. 3 Imix 6 zac, bajo el gobierno del 3er Señor de la Noche, en el 19º día de la quinta lunación, cuyo mes tenía 30 días.
Para comprobar que hemos comprendido el proceso, os propongo "leer" una inscripción calendárica que aparece en el reverso de una placa de jade que señala la fecha de ascensión al trono de un ahau (señor) llamado Balam Ahau Chaan (ver fig. 5).
Después de habernos familiarizado con la Cuenta Larga, es momento de profundizar un poco más en el calendario maya, pasando a describir la llamada Cuenta Corta. Durante el período clásico tardío el uso de la Cuenta Larga fue decayendo para dejar paso a un sistema calendárico mucho más simplificado que indicaba únicamente un período de tiempo y el momento en el que éste tenía su fín. A este sistema lo llamamos Cuenta Corta, y está basado en el ciclo de los katunes, cuyo fín marcaba un acontecimiento de extraordinario interés en la sociedad maya, tal que se erigían coincidiendo con él nuevos templos y estelas calendáricas. El ciclo del katún era de 7200 días, es decir, 20 tunes. En la Cuenta Corta se limitaban a señalar en que día del tzolkin finalizaba el katún del momento escribiendo, por ejemplo, katun 5 Ahau. Eso quería decir que dicho katún (período de 7200 días) iba a finalizar en el día 5 Ahau del tzolkin. Un katún siempre finalizaba en el Ahau, ya que el número de días que compone un katún es divisible por 20 (días con nombre del tzolkin). A esto se le añadía el combinado del 1 al 13 del tzolkin. Además, puesto que un katún tiene 7200 días o kines, al dividirse esta cantidad por 13 (los numerales del tzolkin) tenemos un resto de 11, lo cual quiere decir que un katún posterior a otro finalizará con el numeral del tzolkin 11 posiciones más adelantado. Por ejemplo: el primer ciclo de un katún que comenzase, a buena lógica, en el 1 Imix del tzolkin, finalizaría en el 11 Ahau. El primer katún acababa siempre en el 11 Ahau. En el segundo katún, como el numeral del último día del tzolkin corría once puestos, éste finalizaba en el 9 Ahau, el siguiente en el 7 Ahau, 5 Ahau, etc; hasta el 13 Ahau con el que finalizaba el 13º katún con el que acababa el ciclo completo de los katunes. Después, el día del comienzo y del final de los katunes volvía a repetirse, formando un nuevo ciclo de 13 katunes.
Conocer la fecha del tzolkin con la que terminaba un katún era muy importante, puesto que por ese día final se sabía que divinidad iba a regir el ciclo concreto del katún y, en relación a ella se recopilaban en libros multitud de profecías y fórmulas adivinatorias que impregnaban totalmente la conciencia de los mayas para aquel período. Así, por ejemplo, el primer katún, que cumplía su último día con el 11 Ahau, estaba asociado al dios patrono Yaxal Chac y a la siguiente profecía: huída a los bosques. Se encontrará el alimento entre los árboles y las rocas. El cielo llorará. Mal gobierno en Ichcansihó. En cambio, la profecía asociada al último katún del ciclo de 13, decía: Hambre. El alimento serán raíces y frutos silvestres. Pestilencia y muerte repentina. Plaga de langosta. Inmoralidad. Los señores perecerán. De lo anterior podemos deducir fácilmente que el calendario maya es muchísimo más complejo de lo que parece. La rueda calendárica no es más que la punta del iceberg que rige el tiempo de los antiguos mayas. La superstición, las profecías, las formulas adivinatorias, etc., se suman al intrincado juego del engranaje calendárico, engranaje que no se reduce únicamente a los ciclos de la Serie Inicial, Serie Complementaria, tzolkin y Ahau, sino que se enreda aún más al tener en cuenta la relación combinada de lo anterior con los ciclos sinódicos de los planetas observables, principalmente Venus.
El ciclo completo de katunes se cumplía con el 13º katún, ya que al ser 13 los días en que podía terminar un katún las fechas volvían a repetirse otra vez cada 256 años aproximadamente.
Pero, durante el postclásico (1000-1500 d.C.), después del hundimiento del sistema político que había dado a los mayas el grado cultural más alto durante el período clásico, el resurgir de este pueblo, ahora concentrado principalmente en el Norte de la Península de Yucatán, llevó a un sistema calendárico aún más simplificado.
Para los mayas, los días del calendario tzolkin que tenían lugar en el día primer día del año del haab, tenían una importancia especial, pues otorgaban su nombre al siguiente período de 365 días. Estos días recibían el nombre de ah cuch haab, que significa portadores del año. Originalmente, los portadores del año eran Ik, Manik, Eb y Cabán pero cuando los españoles iniciaron la conquista del Yucatán, los cuatro días que podían coincidir con el inicio del haab eran los días kan, Muluc, Ix y Cauac. Así las cosas, el primer día del mes Pop (1er mes del haab) coincidía con 1 kan para, al año siguiente, hacerlo con 2 Muluc, etc., de modo que aquel primer año del haab habría recibido el nombre de año 1 kan, mientras que el segundo se hubiera llamado año 2 Muluc. Esta serie la podemos comprender mejor si entendemos que tras un año de 365 días, el nombre del día del tzolkin avanza cinco puestos, ya que 365 (haab) – 260 (tzolkin) = 105 y 105 / 20 (días del tzolkin) deja un resto de 5, de modo que al avanzar cinco puestos cada año sólo cuatro nombres diferentes de días pueden caer en una posición determinada del mes. Por otra parte, el número del día avanza un lugar porque 105 / 13 (meses del tzolkin) deja un resto de 1.